viernes, 10 de octubre de 2014

EL HECHIZO

…El Hechizo…
Las personas tenían una extraña fijación. Debían ver sus cuerpos fielmente delineados por las milagrosas manos de un pintor. Había muchos pintores de todos los estilos, de mucha fama y sobre todo con ansias de llenar sus lienzos de hermosos rostros y cuerpos.
Kazuo era un pintor excepcional, único por la forma de retratar. Muchas personas habían ofrecido su piel como seda para sus pinceles. Gran parte de los cuadros más famosos tenían su sello característico; su firma como autor de las más maravillosas pinturas que podrían encontrarse en Edo. Era un extraño pintor pues se deleitaba viendo a las personas sufrir en las terribles horas y posiciones que debían pasar para que puedan alcanzar la gloria de verse pintados por sus manos.
Sin embargo Kazuo se sentía incompleto pese haber creado innumerables obras de arte, sentía que no había pintado el cuadro que lo definiera como un gran pintor. Acariciaba el deseo de poder crear una obra de arte que destile la perfección de una mujer. Pasea religiosamente todas las tardes por los barrios de Edo sin encontrar ninguna que satisficiera sus deseos.
Una tarde en su paseo rutinario Kazuo vio el pie desnudo de una mujer, blanco como la nieve. Aquel pie reunía la culminación de su sueño. Con formas exquisitamente cinceladas, cubierta con un brillo de perlas, con una piel tan lustrosa. Sintió en el, ver coronado sus deseos.
Le perdió el rastro para que años después la dueña del pie más perfecto apareciera una tarde de primavera en el estudio llevándole un recado de uno de sus clientes.
Kazuo enmudeció al verla. Su belleza reflejaba los sueños de generaciones de hombres y mujeres que habían luchado por alcanzar la perfección de la divinidad de la hermosura. Luego de recobrar el aliento perdido, la invito a sentarse y luego de charlar un poco; la condujo a ver un cuadro que hasta la fecha nadie más que él había visto. Era una pintura de una princesa china de la dinastía Zheo Wu. En postura lánguida soportaba todo el peso de la responsabilidad de la ejecución de hombre que se encontraba arrodillado en una posición de clemencia. Aquel cuadro representaba fielmente el poder del más fuerte sobre el débil. Terroríficamente estaba representado con suprema verosimilitud.
Ante tamaño horror la muchacha palideció, los labios le temblaban y los ojos empezarón a humedecerse. Sin embargo poco a poco su rostro fue adquiriendo una increíble semejanza con la de la princesa. En aquel cuadro de terror había descubierto su yo secreto.

_La mujer eres tú. Su sangre corre por tus venas.
Luego le mostró un cuadro más espantoso que el otro. En él estaba la princesa apoyada en un roble gigante; gozaba contemplando el montón de cadáveres arrumados con ojos de orgullo y deleite.

_Esos cuadros muestran tu futuro

_No, no es cierto. No puede ser cierto, imploraba.

_No seas cobarde es tu destino. Acéptalo.

El sol de la mañana brillaba sobre el río enjoyando aún más el estudio donde iba a ser retratada la muchacha. Los rayos reflejados por el agua iluminaban celestialmente aquella escena. Iba Kazuo a crear su obra de arte, con la impoluta piel de aquella muchacha.
Fuerón horas de extremo trabajo. En cada pincelada sentía fundirse con ella, cada mezcla era la mezcla de sus propia sangre, en cada pigmento veía los matices de sus propias pasiones, cada posición un suspiro. Poco a poco el cuadro fue tomando forma, mientras el sentía retratarse con ella. La tarde se fue la noche cayó.
En plena luz del alba primaveral Kazuo dejó el pincel para contemplar su obra maestra, su divina creación.

_Para hacerte verdaderamente hermosa he vertido mi espíritu en el cuadro. No existe hoy en todo Japón mujer más hermosa que se pueda comparar contigo. Tus temores han desaparecido. Todos los hombres serán tus víctimas.
El silencio de la muchacha hizo saber su aceptación y conformidad.

_Quiero ver el cuadro, replico.

Kazuo descubrió el cuadro para mostrárselo.
Abrío los ojos lentamente, con una mirada vacía. La mirada se le fue avivando pausadamente, como la luna va encendiéndose por la tarde, hasta lucir esplendorosamente en su faz. Congelada en tiempo y el espacio no dejaba de mirarse al verse retratada de la forma más hermosa que pueda existir. Todo en ella había cambiado. Se había transformado en otra persona.
Kazuo estaba asombrado del cambio que había sobrevenido a la tímida y sumisa muchacha del día anterior. Apenas si podía mirarla a los ojos. La pintura y la muchacha se habían fusionado de tal manera que la belleza diabólica era doblemente hechizante.

_ ¡Todos mis antiguos temores se han desvanecido y tú eres mi primera víctima! –le lanzo una mirada tan brillante como la de un diamante. Una canción de triunfo glorioso sobre sus oídos.

_Déjame verte de nuevo –imploró Kazuo.

En silencio sepulcral la muchacha volvió a pararse al lado del cuadro. Precisamente ahí el retrato y la muchacha recibierón un rayo de sol que coronaba en llamas tamaña belleza.




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