martes, 23 de septiembre de 2014

La Valentía de Ryo… (capitulo 5)

…La Valentía de Ryo…
(capitulo 5)
Corría de un lado a otro sin poder  hacer nada; sola y acompañada de la agitación que la devoraba insistía sin cesar, gritando reclamaba con voz quebraba por las suplicas. Desvaída y con la derrota en los ojos se detuvo en medio del salón donde todos la miraban, acentuando aún más la afrenta de la que era cruelmente protagonista.
Era un día de clases “normal”. Ryo  sentada esperaba atenta la llegada del profesor. De pronto sintió que el frío estremeció su frágil cuerpo. Aquella frialdad  descendía desde arriba. Bruscamente había sido despojada del pañuelo que cubría su cabeza; aquel pedazo de tela que ocultaba su vergüenza, su carencia y su desdicha.
En una cruda e inhumana  exposición  estaba siendo mostrada en espectáculo circense donde las atónitas miradas se regodeaban morbosamente y la ridiculizaban. Lejos de sentir misericordia aquellas almas pueriles azuzaban la diversión coreando con vivas y risotadas a rabiar. El ambiente estaba más que caldeado por la sátira y el vejamen de parte de todos los compañeros de Ryo, quienes se adherían al grupete que se había ensañado con ella. Con el pañuelo en mano  el líder de la “banda” sonreía blandiendo victorioso su hazaña, acompasado de las burlas iba pasando de mano en mano aquel trofeo. Ryo corría desde un lugar a otro suplicando le devuelvan el único pedazo de tela que vestía decorosamente su vergüenza, lloraba suplicando por la piel que le faltaba, agachada sin poder levantar su cabecita, era una víctima deshonrada que pedía y rogaba le dejasen cubrir aquella execrable apariencia que llevaba como macula en la cabeza. Tremendos huecos que apenas guardaban la memoria de haber sido piel alguna vez, las heridas eran profundas, algunas sin cicatrizar todavía mostraban la orfandad en la que vivía. El rapado que coronaba aquella desgracia mostraba aún más la impericia de la dejadez con la que había sido tratada.
Más que la ausencia de cabello lo que Ryo resentía era mostrar la carencia afectiva y el poco decoro con el que era cuidada por las personas se suponían eran sus padres. Llevaba tal impronta  como designio de ser una niña que engrosaba aún más la lista de los no merecedores de amor y de respeto.
Cansada de correr tras la tela que envolvía su indigno aspecto, Ryo se detuvo y se paró delante del líder del grupo. Si; de pie frente a él; levantó la mirada limpiándose la cara y sin llorar, lo miro fijamente sin siquiera respirar. Ardiendo por el agravio, sus ojos disparaban esquirlas por doquier, encendidos  reclamaban por su indefensión; aquella mirada podía  penetrar la piedra más dura, el corazón más frio y el alma más impía.
El líder del grupo no podía creer como una niña de apenas siete años podía haberle hecho frente a alguien que la superaba grandemente en tamaño y en edad, pues él contaba con quince años. Petrificado casi sin poder tragar saliva, apenas pudiendo articular palabra alguna, estaba asustado; pues ya no contaba con las voces que coreaban su nombre. El salón completo había enmudecido.  Fue entonces cuando Ryo tomo conciencia de lo que había sido capaz de hacer, rápidamente pensó y adelanto sus pasos para arremeter con todo en el escaso espacio que la separaba aún del líder. Enfilo aún más su mirada parpadeando desprecio y altivez pues no se detuvo ni un instante para demostrarle que no le tenía miedo y sobre todo para hacerle sentir su más profunda repulsión ante el abuso y prepotencia de la que había sido objeto. Con todo el aplomo y seguridad que albergaba su pequeñez; extendió sus brazos y con la voz más firme que nunca, le ordeno que le devolviera su pañoleta. Con mutismo total el líder avergonzado y retraído en un rincón entrego lo que no le pertenecía.
En la calma jamás vista en un salón de clases Ryo salió caminando firme y segura mirándolos a todos, sin que ellos pudieran levantar la mirada siquiera. Apuro el paso y camino sin cubrir sus heridas hasta llegar al baño, dentro trepo el lavabo para alcanzar el espejo y poder mirarse. Levanto sus manitos y por primera vez se tocó sus heridas –pues hasta entonces solo sentía rechazo hacia ellas- las acaricio y las hizo parte de ellas –era como si les hablara-
Indefectiblemente asomaron gruesas lágrimas; esta vez nacidas del respeto y admiración que sintió por sí misma. Había aprendido Ryo a defenderse sola; sabia por primera vez, que se bastaba a ella misma para sobrevivir en un mundo hostil donde a diario se siente el poder del más fuerte sobre el débil, en un mundo donde el desamparo y desamor es una constante.

Ryo se bastaba sola.     


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