…El Hechizo…
Las personas
tenían una extraña fijación. Debían ver sus cuerpos fielmente delineados por
las milagrosas manos de un pintor. Había muchos pintores de todos los estilos,
de mucha fama y sobre todo con ansias de llenar sus lienzos de hermosos rostros
y cuerpos.
Kazuo era un
pintor excepcional, único por la forma de retratar. Muchas personas habían
ofrecido su piel como seda para sus pinceles. Gran parte de los cuadros más
famosos tenían su sello característico; su firma como autor de las más
maravillosas pinturas que podrían encontrarse en Edo. Era un extraño pintor
pues se deleitaba viendo a las personas sufrir en las terribles horas y
posiciones que debían pasar para que puedan alcanzar la gloria de verse
pintados por sus manos.
Sin embargo
Kazuo se sentía incompleto pese haber creado innumerables obras de arte, sentía
que no había pintado el cuadro que lo definiera como un gran pintor. Acariciaba
el deseo de poder crear una obra de arte que destile la perfección de una
mujer. Pasea religiosamente todas las tardes por los barrios de Edo sin encontrar
ninguna que satisficiera sus deseos.
Una tarde en
su paseo rutinario Kazuo vio el pie desnudo de una mujer, blanco como la nieve.
Aquel pie reunía la culminación de su sueño. Con formas exquisitamente
cinceladas, cubierta con un brillo de perlas, con una piel tan lustrosa. Sintió en el, ver coronado sus deseos.
Le perdió el
rastro para que años después la dueña del pie más perfecto apareciera una tarde
de primavera en el estudio llevándole un recado de uno de sus clientes.
Kazuo enmudeció
al verla. Su belleza reflejaba los sueños de generaciones de hombres y mujeres
que habían luchado por alcanzar la perfección de la divinidad de la hermosura.
Luego de recobrar el aliento perdido, la invito a sentarse y luego de charlar
un poco; la condujo a ver un cuadro que hasta la fecha nadie más que él había visto.
Era una pintura de una princesa china de la dinastía Zheo Wu. En postura lánguida
soportaba todo el peso de la responsabilidad de la ejecución de hombre que se
encontraba arrodillado en una posición de clemencia. Aquel cuadro representaba
fielmente el poder del más fuerte sobre el débil. Terroríficamente estaba
representado con suprema verosimilitud.
Ante tamaño
horror la muchacha palideció, los labios le temblaban y los ojos empezarón a
humedecerse. Sin embargo poco a poco su rostro fue adquiriendo una increíble semejanza
con la de la princesa. En aquel cuadro de terror había descubierto su yo
secreto.
_La mujer eres
tú. Su sangre corre por tus venas.
Luego le
mostró un cuadro más espantoso que el otro. En él estaba la princesa apoyada
en un roble gigante; gozaba contemplando el montón de cadáveres arrumados con ojos de
orgullo y deleite.
_Esos cuadros
muestran tu futuro
_No, no es
cierto. No puede ser cierto, imploraba.
_No seas
cobarde es tu destino. Acéptalo.
El sol de la
mañana brillaba sobre el río enjoyando aún más el estudio donde iba a ser
retratada la muchacha. Los rayos reflejados por el agua iluminaban celestialmente
aquella escena. Iba Kazuo a crear su obra de arte, con la impoluta piel de
aquella muchacha.
Fuerón horas
de extremo trabajo. En cada pincelada sentía fundirse con ella, cada mezcla era
la mezcla de sus propia sangre, en cada pigmento veía los matices de sus
propias pasiones, cada posición un suspiro. Poco a poco el cuadro fue tomando
forma, mientras el sentía retratarse con ella. La tarde se fue la noche cayó.
En plena luz
del alba primaveral Kazuo dejó el pincel para contemplar su obra maestra, su
divina creación.
_Para hacerte
verdaderamente hermosa he vertido mi espíritu en el cuadro. No existe hoy en
todo Japón mujer más hermosa que se pueda comparar contigo. Tus temores han
desaparecido. Todos los hombres serán tus víctimas.
El silencio de
la muchacha hizo saber su aceptación y conformidad.
_Quiero ver el cuadro, replico.
Kazuo descubrió
el cuadro para mostrárselo.
Abrío los ojos
lentamente, con una mirada vacía. La mirada se le fue avivando pausadamente,
como la luna va encendiéndose por la tarde, hasta lucir esplendorosamente en su
faz. Congelada en tiempo y el espacio no dejaba de mirarse al verse retratada
de la forma más hermosa que pueda existir. Todo en ella había cambiado. Se había
transformado en otra persona.
Kazuo estaba
asombrado del cambio que había sobrevenido a la tímida y sumisa muchacha del
día anterior. Apenas si podía mirarla a los ojos. La pintura y la muchacha se habían
fusionado de tal manera que la belleza diabólica era doblemente hechizante.
_ ¡Todos mis
antiguos temores se han desvanecido y tú eres mi primera víctima! –le lanzo una
mirada tan brillante como la de un diamante. Una canción de triunfo glorioso
sobre sus oídos.
_Déjame verte
de nuevo –imploró Kazuo.
En silencio
sepulcral la muchacha volvió a pararse al lado del cuadro. Precisamente ahí el
retrato y la muchacha recibierón un rayo de sol que coronaba en llamas tamaña
belleza.
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