…La Valentía de Ryo…
(capitulo 5)
Corría de un lado a otro sin
poder hacer nada; sola y acompañada de
la agitación que la devoraba insistía sin cesar, gritando reclamaba con voz quebraba
por las suplicas. Desvaída y con la derrota en los ojos se detuvo en medio del
salón donde todos la miraban, acentuando aún más la afrenta de la que era
cruelmente protagonista.
Era un día de clases “normal”.
Ryo sentada esperaba atenta la llegada
del profesor. De pronto sintió que el frío estremeció su frágil cuerpo. Aquella
frialdad descendía desde arriba.
Bruscamente había sido despojada del pañuelo que cubría su cabeza; aquel pedazo
de tela que ocultaba su vergüenza, su carencia y su desdicha.
En una cruda e inhumana exposición estaba siendo mostrada en espectáculo circense
donde las atónitas miradas se regodeaban morbosamente y la ridiculizaban. Lejos
de sentir misericordia aquellas almas pueriles azuzaban la diversión coreando
con vivas y risotadas a rabiar. El ambiente estaba más que caldeado por la
sátira y el vejamen de parte de todos los compañeros de Ryo, quienes se
adherían al grupete que se había ensañado con ella. Con el pañuelo en mano el líder de la “banda” sonreía blandiendo
victorioso su hazaña, acompasado de las burlas iba pasando de mano en mano
aquel trofeo. Ryo corría desde un lugar a otro suplicando le devuelvan el único
pedazo de tela que vestía decorosamente su vergüenza, lloraba suplicando por la
piel que le faltaba, agachada sin poder levantar su cabecita, era una víctima
deshonrada que pedía y rogaba le dejasen cubrir aquella execrable apariencia
que llevaba como macula en la cabeza. Tremendos huecos que apenas guardaban la
memoria de haber sido piel alguna vez, las heridas eran profundas, algunas sin cicatrizar
todavía mostraban la orfandad en la que vivía. El rapado que coronaba aquella
desgracia mostraba aún más la impericia de la dejadez con la que había sido tratada.
Más que la ausencia de cabello lo
que Ryo resentía era mostrar la carencia afectiva y el poco decoro con el que
era cuidada por las personas se suponían eran sus padres. Llevaba tal
impronta como designio de ser una niña
que engrosaba aún más la lista de los no merecedores de amor y de respeto.
Cansada de correr tras la tela
que envolvía su indigno aspecto, Ryo se detuvo y se paró delante del líder del
grupo. Si; de pie frente a él; levantó la mirada limpiándose la cara y sin
llorar, lo miro fijamente sin siquiera respirar. Ardiendo por el agravio, sus
ojos disparaban esquirlas por doquier, encendidos reclamaban por su indefensión; aquella mirada
podía penetrar la piedra más dura, el
corazón más frio y el alma más impía.
El líder del grupo no podía creer
como una niña de apenas siete años podía haberle hecho frente a alguien que la
superaba grandemente en tamaño y en edad, pues él contaba con quince años.
Petrificado casi sin poder tragar saliva, apenas pudiendo articular palabra
alguna, estaba asustado; pues ya no contaba con las voces que coreaban su
nombre. El salón completo había enmudecido. Fue entonces cuando Ryo tomo conciencia de lo
que había sido capaz de hacer, rápidamente pensó y adelanto sus pasos para
arremeter con todo en el escaso espacio que la separaba aún del líder. Enfilo
aún más su mirada parpadeando desprecio y altivez pues no se detuvo ni un
instante para demostrarle que no le tenía miedo y sobre todo para hacerle
sentir su más profunda repulsión ante el abuso y prepotencia de la que había
sido objeto. Con todo el aplomo y seguridad que albergaba su pequeñez; extendió
sus brazos y con la voz más firme que nunca, le ordeno que le devolviera su
pañoleta. Con mutismo total el líder avergonzado y retraído en un rincón entrego
lo que no le pertenecía.
En la calma jamás vista en un
salón de clases Ryo salió caminando firme y segura mirándolos a todos, sin que
ellos pudieran levantar la mirada siquiera. Apuro el paso y camino sin cubrir
sus heridas hasta llegar al baño, dentro trepo el lavabo para alcanzar el
espejo y poder mirarse. Levanto sus manitos y por primera vez se tocó sus
heridas –pues hasta entonces solo sentía rechazo hacia ellas- las acaricio y
las hizo parte de ellas –era como si les hablara-
Indefectiblemente asomaron gruesas
lágrimas; esta vez nacidas del respeto y admiración que sintió por sí misma. Había
aprendido Ryo a defenderse sola; sabia por primera vez, que se bastaba a ella
misma para sobrevivir en un mundo hostil donde a diario se siente el poder del
más fuerte sobre el débil, en un mundo donde el desamparo y desamor es una
constante.
Ryo se bastaba sola.
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